domingo, 11 de septiembre de 2011

LA MAYORÍA NO SIEMPRE TIENE LA RAZÓN


LA MAYORÍA NO SIEMPRE TIENE LA RAZÓN

(extracto)

La democracia tiene una regla: que mande la mayoría. Pero la mayoría no siempre tiene la razón. Puede estar equivocada y, lo peor, ser injusta con la minoría... El más fuerte persigue al más débil y la mayoría a la minoría. Con la diferencia de que hoy se dispone de medios masivos para hacerlo y los efectos son más devastadores.

La mayoría puede estar equivocada y ser injusta con sus minorías, aunque les acompañe la razón del mayor número y se amparen incluso en la democracia.

Sea por la opinión política, sea por la identidad, en los países democráticos persiste el peligro de trato antidemocrático hacia la minoría y el individuo.

La mayoría en la democracia no es ningún valor en sí mismo. Los valores democráticos son la libertad y la igualdad, a cuyo servicio la democracia no encuentra una regla mejor que la de decisión por el mayor número. La mayoría no es más respetable que la minoría o que uno solo. Se la respeta porque representa la regla de decisión democrática que impide que sólo manden uno a unos pocos. Si la mayoría pone fin a estos valores, se acabó la democracia, por más que se haya respetado su regla.

EDWARD FORSTER “Dos brindis por la democracia; uno, porque ella admite la variedad y, dos porque permite la crítica”

La mayoría democrática no es mayoría por ser los más ni los más fuertes, sino porque así se protege mejor la libertar y la igualdad. Si mandaran sólo uno a unos cuantos, estos dos valores básicos existirían en mucho menor grado y en mucha menos gente que lo hacen en una democracia. La democracia se opone al poder absoluto, incluido el de la mayoría.

Los actos de una democracia no siempre garantizan la libertad y la igualdad que habrían de defender. En este sentido, la mayoría puede a veces no tener razón y su gobierno merecer nuestro desacato. Sólo entonces la desobediencia está justificada. Nos oponemos al poder de la mayoría democrática, pero no a los valores básicos de libertad e igualdad que ella no ha garantizado.

Hay que ser consecuentes y dejar bien claro desde el principio que no nos oponemos a la democracia, sino a los actos de gobierno de la mayoría. Nuestra resistencia debe ser pacífica y tratar de agotar todas las formas legales que la misma democracia establece para ser criticada y puesta a prueba. Y sobre todo, debe estar motivada por la defensa de los valores democráticos, cuya ausencia es justo lo que reprochamos a la mayoría.

En una democracia se trata de saber hasta qué punto gobernantes y gobernados pueden soportar el pensamiento libre, ellos que presumen de libertad de pensamiento, y la igualdad de hecho, tan partidarios como se dicen de la igualdad de oportunidades. A diferencia de las demás, una política democrática siempre está dispuesta a ponerse a prueba. La libertad y la igualdad son su única y permanente prueba de fuego. Superada ésta, el resto de desafíos son más fáciles de resolver.

La mayoría puede intervenir sobre la sanidad y la educación, pero no decidir qué es la salud o la cultura. Puede controlar el bienestar y la ciencia, pero no definir qué son la felicidad y el conocimiento. La libertad y la igualdad no dependen del número de sus partidarios. Cuando la mayoría se empeña en lo contrario, y quiere dictar sobre la identidad y los estilos de vida, lo mejor acaba resultando enemigo de lo bueno. Decidir por mayoría, está al servicio de los valores fundamentales, no éstos a disposición del criterio mayoritario. Si fuera así, no habríamos entendido nada sobre el valor de la democracia.

Ni todo lo decide la mayoría, ni ésta tiene siempre la razón. No basta con opinar, la democracia se funda también en la discusión. Ambas cosas no pueden ser sustituidas por la opinión pública, que en realidad no pertenece ni representa al público, sino a los propietarios de los medios que hablan en su nombre, o que tratan de influirla, mediante anónimas encuestas, dudosos sondeos y artificios audiencias. En ninguna de estas escaramuzas aparecen ciudadanos/as, sino sólo consultados/as o peor espectadores/as. Hay que discutir sobre ideas y programas, sirviéndonos de hechos y argumentos.

La democracia no nos viene dada. Empieza con cada acto en su favor, por modesto que parezca. Y termina cuando renunciamos a ser libres y a ver al otro como un igual.

BIBLIOGRAFÍA

BILBENY, NORBERT. Democracia para la diversidad. Barcelona. 1999

2 comentarios:

Unknown dijo...

Bordado...;-) Te invito a que investigues sobre la decisión de CHurchill, cuando todo el pueblo inglés estaba a favor de entregarse a Alemania "que era lo mejor" en la Segunda Guerra Mundial. Churchill se puso contra la mayoría y acabó teniendo razón, y no se entregó al nacional socialismo de Hitler. UN saludo.

XLuis MP dijo...

Evidentemente, la verdad no es democrática y claro que las mayorías se pueden equivocar.Pero de alguna manera hay que organizarse y la democracia, generalmente, con todos sus defectos, suele ser lo menos malo.La democracia es tener derecho, a través del voto, de acertar o equivocarte en la elección de los máximos dirigentes políticos además de que se respeten tus derechos y libertades fundamentales, esos derechos y libertades que los humanos nos hemos atribuido más allá de lo meramente natural.Y ese acierto y/o error en el voto puede traer beneficios y/o perjuicios tanto al que vota como al resto de la población. Puedes acertar y tener que fastidiarte por el error de la mayoría, puedes equivocarte y beneficiarte del acierto de la mayoría, puede el resultado ser bueno para ti pero malo para la mayoría, puede ser malo para ti pero beneficioso para la mayoría...Hay múltiples variantes. En cualquier caso, la mayoría ganadora, más o menos acertada o equivocada, tiene que respetar también los derechos y libertades de la minoría.